
Durante siglos ha sido observada, venerada y cartografiada, pero hasta hace unas décadas desconocíamos el origen de la Luna. Existían varias versiones, desde las esotéricas hasta las científicas, pero ninguna soportaba el examen de la evidencia, empezando porque de esta había muy poca. No fue sino hasta que las misiones Apolo recogieron muestras de rocas y polvo en su superficie (380 kilos en seis viajes) que surgió la teoría más plausible sobre su procedencia. Para no hacer el cuento largo, un planeta fallido llamado Theia (algunos le llaman Orfeo) que orbitaba entre la Tierra y Marte, chocó con gran fuerza contra nuestro planeta, aún en formación, fusionándose parcialmente e imprimiéndole a la Tierra una nueva trayectoria y velocidad, además de darle un cierto ángulo de inclinación que sería crucial en el futuro. Los restos de aquella colisión, quedaron como aturdidos girando alrededor y formaron en pocos años un pequeño cuerpo rocoso que es ahora nuestro único satélite natural.
Excepto Mercurio y Venus, el resto de planetas del Sistema Solar también tiene lunas, nada hay de extraño en ello, pero son insignificantes en tamaño comparadas con sus gigantes vecinos y sus fuerzas gravitacionales son insignificantes. Lo extraordinario en el caso nuestro, es que la Luna tiene una cuarta parte del tamaño de la Tierra, lo que en comparación lo hace especialmente grande, y extremadamente esencial en el comportamiento de ambos astros. Para empezar, la Luna es responsable no sólo de que tengamos la Tierra y Lunainclinación que crea las estaciones, sino que también es la que la mantiene en dicha posición. Marte tiene una inclinación similar a la de nuestro planeta, pero no un satélite capaz de estabilizarlo, por lo cual puede cambiar de ángulo de 0 a 90º en pocos millones de años, creando un caos climático sobre toda su superficie. El nacimiento de la Luna y su existencia también han tenido un efecto crucial en la rotación de nuestro planeta, reduciendo su velocidad. Sin ella, los días durarían probablemente las seis horas que duraban antes del choque con Theia, o poco más. Imaginad cómo sería la vida en la Tierra en las mismas condiciones. Una pista, los cambios entre glaciaciones y periodos más tibios serían más cercanos en el tiempo, el nivel del mar subiría y bajaría muchos metros en cuestión de años, inundando y delineando costas, borrando islas, y eso sin contar la dificultad de adaptación a cambios bruscos de temperatura. Sería un cambio climático que por si solo complicaría, y probablemente evitaría, el desarrollo de las especies humanas.
La conflagración que creó la Luna tuvo otro impacto relevante sobre la Tierra. Al fusionar Theia buena parte de su masa, añadió más material sólido y aumentó la superficie total expuesta del planeta, por lo que los océanos redujeron su dominio, y dieron paso a los continentes. Sin la fusión de los astros, la mayor parte de la Tierra estaría cubierta de agua, en un porcentaje más alto que el actual. El lado oscuro de la Luna En todo caso, el escaso suelo emergido sufriría de fenómenos atmosféricos más intensos, que junto con los cambios de temperatura mencionados anteriormente harían la vida humana prácticamente imposible. Y luego está el efecto protector de la Luna sobre nuestro planeta, aunque en este punto hablemos desde la especulación. A juzgar por la gran cantidad de cráteres en su lado oscuro, la Luna bien podría haber servido de escudo a nuestro planeta y, conociendo las consecuencias que para la vida tuvo el impacto de un meteorito hace 65 millones de años, es inevitable concluir que sin nuestro satélite el historial biológico de la Tierra sería muy diferente, si es que algo o alguien hubiese sobrevivido.
La Luna no es sólo el pasado y el presente, es también el futuro de nuestro planeta y de la especie humana. Debido a la fuerza centrífuga y a la fuerza gravitatoria de otros astros como Júpiter y el Sol, nuestro satélite se aleja irremediablemente a unos dos centímetros por años. Lo único positivo es que la huída es lo suficientemente lenta como para evitar que perdamos a nuestro vecino, pues tardaría tanto que para entonces el Sol ya habría engullido a la Tierra. En todo caso, la Luna será sin duda nuestro escalón primario cuando decidamos visitar y colonizar otros mundos ya que su débil fuerza de gravedad permitirá el despegue de sondas espaciales con mucho menos esfuerzo, combustible y coste. Pero es probable que muchos de nosotros no veamos tales hazañas, así que, mientras tanto, dediquemos tiempo a observar, admirar y conocer a nuestro querido satélite, después de todo, no estaríamos aquí sin él.
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